Monday, July 22, 2013

Las palabras que nadie quiere oír


            Era la primera parte de septiembre de 2003. Acababa de terminar una clase de español intensiva durante el verano en la Universidad Yale y había empezado a enseñar español en el colegio Canterbury desde hacía solamente tres o cuatro días. Estaba sola en mi oficina cuando el teléfono sonó. Era de la oficina de mi doctora. Yo había ido a su oficina unos días antes para una biopsia con aguja porque había encontrado un bulto en mi seno. Tratando de parecer informal, la recepcionista me dijo, “La Doctora Papov quiere verte en su oficina hoy. Debes traer a alguien contigo.” Fue en este momento que supe que tenía cáncer.
            Todo al mismo tiempo daba vueltas, la sangre se sentía muy fría, pero tenía mucho calor y estaba sudando. Llamé a mi esposo y él trató de convencerme que no era cáncer, pero yo sabía la verdad antes de oír las palabras de la doctora.
            En su oficina la espera parecía no terminar nunca. La sala de espera era muy cómoda con los nuevos sillones de cuero y mesas bajas de madera, pero no me habría puesto cómoda en ningún lugar ese día. Mientras esperábamos, suponía que algunas recepcionistas y enfermeras sabían de la situación y no solo sentirían lástima por mí, sino también por la doctora por tener que darme la noticia que cambiaría mi vida.
            Por fin mi nombre fue llamado y, tomados de las manos, Dave y yo seguimos a la enfermera mientras nos guió a lo largo del corredor hacia la oficina privada de la doctora. Unos momentos después de que nos sentamos, ella entró en el cuarto. Ella parece como doctora de una telenovela porque es joven, atractiva y elegante, pero su cara con la piel tan bronceada no parecía feliz. Ella fue al grano y confirmó lo que ya sabía.
            Saber que tienes cáncer no es realista y la mente no puede captarlo. Recuerdo que mi primer pensamiento después de recibir la mala noticia fue, “¡Gracias a Dios soy yo en vez de uno de mis hijos!” Entonces estaba inundada con emociones: miedo, incredulidad, aturdimiento y pena. Miré a Dave y las lágrimas corrían por sus mejillas. Mi corazón se rompió al ver llorando a mi esposo tan fuerte.
            Después de unos momentos, le miré a la doctora y le pregunté, “¿Cómo debemos decirles a nuestros hijos?” En aquel entonces nuestros hijos tenían nueve, siete y cuatro años. Los ojos castaños de la doctora llenaron con lágrimas y me dijo tristemente, “No sé.” Ella es una madre también y creo que en ese momento estaba pensando en cómo les diría a sus hijos si estuviera en mi lugar.
            En este momento la Doctora Papov no podía decirme el pronóstico porque era necesario quitar el tumor para analizarlo y probar mis nódulos linfáticos antes de que pudiera saber mi diagnóstico. Yo sabía que los próximos días me parecerían interminables.
            Así que este cuento solamente empezó en ese día en septiembre de 2003. Los meses siguientes estarían llenos de cirugía, quimioterapia, radiación, agujas, calvicie, náusea y cansancio. Había algunos días malos, pero en general me sentía muy afortunada porque yo había descubierto el tumor temprano y las células ya no estaban en los nódulos linfáticos.
            La experiencia con cáncer me volvió más tenaz y me dio una actitud más positiva.  Estoy agradecida de cada día de mi vida y estoy muy alegre que mi cuento no terminó antes de que pudiera ver a mis hijos crecieran.

Friday, July 19, 2013

Unos fotos

Voy a introducirles a mi familia.  Somos yo, mi esposo (Dave), Shane (20), Jenna (18), John (15), y Phoebe. Vivimos en Connecticut, pero aquí están fotos de nuestra cabaña en Maine donde vivimos durante los veranos. ¡Es mi lugar preferido en toda la planeta!