Tuesday, July 30, 2013
Monday, July 22, 2013
Las palabras que nadie quiere oír
Era
la primera parte de septiembre de 2003. Acababa de terminar una clase de
español intensiva durante el verano en la Universidad Yale y había empezado a
enseñar español en el colegio Canterbury desde hacía solamente tres o cuatro
días. Estaba sola en mi oficina cuando el teléfono sonó. Era de la oficina de
mi doctora. Yo había ido a su oficina unos días antes para una biopsia con
aguja porque había encontrado un bulto en mi seno. Tratando de parecer
informal, la recepcionista me dijo, “La Doctora Papov quiere verte en su
oficina hoy. Debes traer a alguien contigo.” Fue en este momento que supe que
tenía cáncer.
Todo
al mismo tiempo daba vueltas, la sangre se sentía muy fría, pero tenía mucho
calor y estaba sudando. Llamé a mi esposo y él trató de convencerme que no era
cáncer, pero yo sabía la verdad antes de oír las palabras de la doctora.
En
su oficina la espera parecía no terminar nunca. La sala de espera era muy
cómoda con los nuevos sillones de cuero y mesas bajas de madera, pero no me
habría puesto cómoda en ningún lugar ese día. Mientras esperábamos, suponía que
algunas recepcionistas y enfermeras sabían de la situación y no solo sentirían
lástima por mí, sino también por la doctora por tener que darme la noticia que
cambiaría mi vida.
Por
fin mi nombre fue llamado y, tomados de las manos, Dave y yo seguimos a la
enfermera mientras nos guió a lo largo del corredor hacia la oficina privada de
la doctora. Unos momentos después de que nos sentamos, ella entró en el cuarto.
Ella parece como doctora de una telenovela porque es joven, atractiva y
elegante, pero su cara con la piel tan bronceada no parecía feliz. Ella fue al grano
y confirmó lo que ya sabía.
Saber
que tienes cáncer no es realista y la mente no puede captarlo. Recuerdo que mi
primer pensamiento después de recibir la mala noticia fue, “¡Gracias a Dios soy
yo en vez de uno de mis hijos!” Entonces estaba inundada con emociones: miedo, incredulidad,
aturdimiento y pena. Miré a Dave y las lágrimas corrían por sus mejillas. Mi
corazón se rompió al ver llorando a mi esposo tan fuerte.
Después
de unos momentos, le miré a la doctora y le pregunté, “¿Cómo debemos decirles a
nuestros hijos?” En aquel entonces nuestros hijos tenían nueve, siete y cuatro
años. Los ojos castaños de la doctora llenaron con lágrimas y me dijo
tristemente, “No sé.” Ella es una madre también y creo que en ese momento estaba
pensando en cómo les diría a sus hijos si estuviera en mi lugar.
En
este momento la Doctora Papov no podía decirme el pronóstico porque era necesario
quitar el tumor para analizarlo y probar mis nódulos linfáticos antes de que pudiera
saber mi diagnóstico. Yo sabía que los próximos días me parecerían
interminables.
Así
que este cuento solamente empezó en ese día en septiembre de 2003. Los meses siguientes
estarían llenos de cirugía, quimioterapia, radiación, agujas, calvicie, náusea
y cansancio. Había algunos días malos, pero en general me sentía muy afortunada
porque yo había descubierto el tumor temprano y las células ya no estaban en
los nódulos linfáticos.
La
experiencia con cáncer me volvió más tenaz y me dio una actitud más
positiva. Estoy agradecida de cada
día de mi vida y estoy muy alegre que mi cuento no terminó antes de que pudiera
ver a mis hijos crecieran.
Friday, July 19, 2013
Unos fotos
Voy a introducirles a mi familia. Somos yo, mi esposo (Dave), Shane (20), Jenna (18), John (15), y Phoebe. Vivimos en Connecticut, pero aquí están fotos de nuestra cabaña en Maine donde vivimos durante los veranos. ¡Es mi lugar preferido en toda la planeta!
Thursday, July 18, 2013
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